Porfirio Díaz gobernó México entre 1877 y 1910 periodo que se conoce como Porfiriato. Su gobierno se caracterizó por la instauración de la paz en el país, la consolidación del proyecto nacional liberal y el desarrollo económico.
No obstante, esto implicó la imposición de una dictadura y altos costos sociales y políticos. La pacificación y unificación en casi todo el país fue un proceso que se llevó a cabo en los primeros diez años de su gobierno. Para lograrlo puso en práctica una política conciliatoria y de negociación entre los distintos grupos e intereses que existían en México. Cuando esto no funcionaba, no dudaba en emplear la represión.
Los lemas “Poca política, mucha administración” y “Orden y progreso” fueron la guía del Porfiriato. Con el primero se establecía como prioridad del gobierno atender las cuestiones administrativas que durante mucho tiempo habían sido desatendidas o truncadas por los constantes conflictos armados. Una de las tareas más importantes fue ordenar la Hacienda pública, crear un sistema fiscal eficiente y sentar las bases para el desarrollo económico del país. El segundo lema implicó, entre otras acciones, la aplicación de medidas para lograr la paz a cualquier precio, como requisito fundamental para lograr el desarrollo en todos los ámbitos de la vida nacional, especialmente en el económico.
Durante el largo periodo que gobernó Porfirio Díaz, se logró superar la crisis económica que había atravesado México desde que consiguió su independencia; aunque esto ocurrió de manera paulatina y no benefició a todos los mexicanos. Por ejemplo, se expidió una serie de leyes favorables a la inversión extranjera y se impulsó la construcción de líneas de ferrocarril no solo por su importancia para el desarrollo económico, sino para la consolidación del gobierno y el control del país.
La minería creció notablemente no solo gracias a la inversión extranjera, sino también por la introducción del ferrocarril. Las haciendas y las plantaciones, generalmente en manos de extranjeros, eran centros de producción agrícola que aportaban importantes ganancias a sus dueños, pero eran centros de explotación de trabajadores en los que se cometían numerosas injusticias.
El desarrollo económico que alcanzó el país fue innegable, así como el establecimiento de la paz general; sin embargo, las medidas implantadas por el gobierno en los ámbitos político y económico tuvieron importantes consecuencias negativas en la mayoría de la sociedad, pues acentuaron la desigualdad entre los grupos sociales y despertaron el descontento de muchos grupos que poco a poco se organizaron hasta conformar movimientos de protesta.
Unos cuantos eran dueños de la riqueza nacional, mientras que los trabajadores recibían bajos salarios y vivían en la pobreza. Entre los grupos privilegiados estaban los hacendados y empresarios, así como los altos funcionarios.
Los más pobres eran los campesinos y los obreros. Las condiciones de vida y de trabajo de estos era precaria, pues debían cumplir con extenuantes jornadas laborales, recibían bajos salarios que no cubrían sus necesidades básicas y trabajaban en condiciones poco higiénicas y con grandes riesgos. Los niños y las mujeres laboraban en las mismas condiciones, pero estas recibían un pago mucho menor porque eran consideradas inferiores a los hombres.
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En general, los cambios en la tenencia de la tierra y el surgimiento de nuevos grupos sociales causaron continuas tensiones entre campesinos y hacendados. La desigualdad en la propiedad y la falta de justicia provocaron constantes levantamientos agrarios en todo el país.
Finalmente, durante el Porfiriato, la prensa fue un medio utilizado por las personas contrarias al régimen de Díaz, en esta se criticaba al dictador. Por esa razón, colaboradores y editores de periódicos, folletos y revistas fueron objeto de represión, perseguidos y encarcelados. La prensa tuvo una participación fundamental en la difusión de las ideas políticas en dicho periodo.
Conforme Díaz se hacía más viejo, igual que la mayoría de los integrantes de su gobierno, empezaron a surgir problemas entre los militares y los científicos debido a la sucesión presidencial. Particularmente entre los líderes de ambos bandos, Bernardo Reyes y José Yves Limantour, respectivamente. Sin embargo, Limantour y su grupo lograron convencer a Díaz para que su sucesor fuera un científico, y este sería Ramón Corral.
En ese contexto, en marzo de 1908, Díaz ofreció una extensa entrevista al periodista canadiense James Creelman. Un simple encuentro periodístico que desató una imparable efervescencia política en México tan pronto se conoció su contenido: Díaz anunció que se retiraría de la presidencia al término de su mandato, en 1910, dio la bienvenida a los partidos de oposición y celebró que México estuviera listo para la democracia. Luego de 32 años de estar al frente del gobierno, esas declaraciones tuvieron un gran impacto en nuestro país.
En 1909, el Partido Nacional Antirreeleccionista anunció su participación en los comicios que se efectuarían al año siguiente, y nombró a Madero como su candidato. El lema de la campaña fue “Sufragio efectivo, no reelección”. Durante esta, el aspirante a la presidencia hizo proselitismo en casi todos los estados de la República Mexicana, donde estableció clubes antirreeleccionistas simpatizantes con su causa. Poco a poco, el movimiento maderista creció, y el empresario se convirtió en el candidato con más posibilidades para ganar las futuras elecciones. Sin embargo, no concluyó su gira porque fue aprehendido por orden del presidente en San Luis Potosí, acusado de incitar a la rebelión.
Un año después, en septiembre de 1910, se celebraron las elecciones. El triunfo, evidentemente, fue otorgado de manera oficial al presidente Díaz. Entonces, desde la prisión, Madero redactó el Plan de San Luis. En este documento se exigía la no reelección, se desconocía el triunfo de Díaz por haber cometido fraude electoral, y se convocaba al pueblo a levantarse en armas el 20 de noviembre de 1910 en contra del régimen porfirista; además, se demandaba la celebración de nuevas elecciones. Así comenzó la Revolución mexicana.
Diversos grupos inconformes se levantaron en armas paulatinamente en diferentes regiones del país. Francisco Villa y Pascual Orozco ocuparon Ciudad Juárez y derrotaron al ejército federal. Al mismo tiempo, en el sur, los revolucionarios amenazaron con ocupar la ciudad de México por lo que Díaz aceptó la inminente derrota y decidió firmar los Tratados de Ciudad Juárez, en los que se comprometió a renunciar y exiliarse.
Madero nombró presidente interino a Francisco León de la Barra y convocó a nuevas elecciones. En octubre de 1911 se efectuaron unas elecciones democráticas y fueron electos Madero y José María Pino Suárez como presidente y vicepresidente, respectivamente. Los zapatistas exigieron a Madero que cumpliera los compromisos adquiridos con ellos mediante el Plan de San Luis; no obstante, el presidente no quiso desintegrar las haciendas de los antiguos terratenientes sin hacer investigaciones previas.
Debido a ello, Zapata se sintió traicionado y se levantó en su contra. En noviembre de 1911, proclamó el Plan de Ayala, en el cual exigía la restitución de las tierras comunales usurpadas. Para lograr la satisfacción de sus demandas, los zapatistas organizaron una guerra de guerrillas en Morelos, Guerrero, Puebla, Tlaxcala y parte del Estado de México, pero Madero reprimió a los rebeldes.
En febrero de 1913, los rebeldes opositores al régimen maderista bombardearon el depósito de armas del ejército, conocido como Ciudadela. Entonces, el presidente pidió a Huerta que se ocupara de la situación, pero este nunca cumplió las órdenes. Por el contrario, con la ayuda del embajador estadounidense, así como de Félix Díaz, Huerta traicionó a Madero y lo apresó. Finalmente, Huerta fue nombrado presidente interino y dos días después, Madero y Pino Suárez fueron asesinados. Este acontecimiento fue conocido como la Decena Trágica porque duró diez días.
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En este enlace podrás ver muchas imágenes que narran cómo sucedió la Decena Trágica.
Una vez que Victoriano Huerta asumió la presidencia, los grupos de rebeldes que se habían insubordinado en diferentes zonas del país se pronunciaron en su contra. Carranza promulgó el Plan de Guadalupe, documento en el que desconocía a Huerta y se proclamaba como primer jefe del Ejército Constitucionalista y jefe del poder ejecutivo.
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A partir de ese instante, los integrantes del movimiento constitucionalista se dividieron en zapatistas, los cuales peleaban en Morelos; coahuilenses, que eran encabezados por Venustiano Carranza; sonorenses, quienes se encontraban bajo el mando de Álvaro Obregón; y chihuahuenses, que estaban representados por Francisco Villa. Para derrocar a Huerta se formaron varias tropas, las cuales avanzaron hacia el centro del país. Poco a poco, la guerra se intensificó y, en 1914, el Ejército Constitucionalista derrotó al régimen huertista.
Por medio de los Tratados de Teoloyucan se afirmó el triunfo constitucionalista, y Carranza fue nombrado presidente. Él, de inmediato, se comprometió a convocar a nuevas elecciones. Entonces, debido al anhelo de conciliar intereses y crear un proyecto de nación homogéneo que cumpliera las demandas sociales, los grupos armados acordaron reunirse en una convención. Dicha asamblea se llevó a cabo en Aguascalientes, en 1914, y a ella acudieron representantes de los diversos bandos revolucionarios. Durante la convención, Carranza no logró llegar a acuerdos con villistas y zapatistas por lo que la guerra continuó.
En 1916 Carranza convocó al Congreso Constituyente de Querétaro, con el propósito de redactar una constitución que proporcionara un marco legal a las exigencias de grupos tan variados. El 5 de febrero de 1917, el Congreso promulgó una nueva constitución en la que se garantizó tanto la justicia social como la igualdad.
Entre muchas otras cosas, en el artículo 3 se estableció que todos los mexicanos tenían derecho a recibir una educación primaria laica y gratuita; en el artículo 27 se reglamentó la propiedad de la tierra, es decir, se definió el carácter comunal de los ejidos y se determinó que las rancherías, las comunidades y los pueblos que carecieran de agua tendrían derecho a recibirla; además, se decretó que los recursos naturales eran propiedad de la nación, y se ordenó la restitución de tierras a los campesinos pobres que las necesitaran para subsistir.
Finalmente, en el artículo 123, referente a los derechos de los obreros, se definió que la jornada laboral no podría exceder las ocho horas diarias. Asimismo, se prohibió el trabajo nocturno de niños y mujeres, y se estableció que los patrones eran los responsables de brindar seguridad a sus trabajadores en caso de accidente, enfermedad o vejez. De igual manera, se fijó el salario mínimo y se determinó el derecho a recibir un reparto de utilidades, así como a descansar un día a la semana.